El Reino de Dios es para los que se parecen a los niños,
y les aseguro que quien no reciba el Reino de Dios como un niño,
no entrará en él.
Mc 10,14-15
Ficha Técnica:
Película: Si tuviera 30 – 13 going on 30 (2004)
Dirigida por: Gary Winick
Actores: Jennifer Garner, Mark Ruffalo, Judy Greer, Christa B. Allen.
Estudios: Revolution Studios – Thirteen Productions LLC.
Duración: 98’
Censura: Apto para adolescentes.
Valoración: Más que una comedia es un cuestionamiento sobre la vivencia de los valores.
Breve Comentario:
“Cuando yo sea grande seré…”, con esta frase normalmente identificamos de niños aquellos sueños e ilusiones a los cuales quisimos dedicar nuestras vidas. Para algunos, esas metas de la niñez se fueron fortaleciendo y lograron alcanzarlas durante su juventud, mientras que otros se alejaban de aquello susurrado por sus corazones y se trazaron planes de vida completamente distintos en aras de la “verdadera” felicidad. Claro, no podemos negar la existencia de un grupo dispuesto a lograr esas ilusiones pero en el camino encontraron desvíos, desvirtuándose en el camino el fondo del propio ser.
Normalmente es en la década de los 30 años cumplidos cuando vemos hacia atrás y comparamos nuestros sueños de adolescentes con la realidad que se vive. ¿Y por qué sucede allí? Precisamente porque es el paso de la juventud –época de cambio, conformación de valores personales y de lucha por los ideales– a la adultez, tiempo en el que se configura el rostro físico, psicológico y espiritual del individuo. Pero imaginemos por un momento que sucede al revés: tenemos trece años y por obra de magia nos despertamos un día y vemos que llegamos en una sola noche a los treinta; ¿cómo se han realizado aquellos sueños? ¿realmente lograste ser quien querías ser, tener lo que deseabas? ¿qué pagaste para llegar a esa nueva realidad?
Ese es el tema de la película comentada en esta ocasión, donde vemos a Jennifer Garner en un papel completamente distinto al cual nos tiene acostumbrados en la serie Alias; sin embargo, resulta encantadora en este nuevo rol. Con su sencillez y candidez al encarnar a Jenna Rink, totalmente diferente a la picardía y complejidad de Sydney Anne Bristow, nos da una gran enseñanza: la vida no es buena ni mala, es un don que podemos aceptarlo o rechazarlo. Quien descubre ese gran regalo y se abre a él con actitud de sorpresa por las bondades y dejándose retar por las dificultades, logrará encontrar una felicidad creativa que le saca de su egoísmo para llevarle a la dinámica de relacionarse con otros; esa es la actitud de quienes viven la infancia espiritual, pues luchan por ver, sin ojos ingenuos, la bondad circundante a ellos para potenciarla y agradecerla.
En cambio, quien se encierra en lograr los propios ideales y no vive por el placer de agradar a Dios, a los demás y a él mismo, sino para alcanzar un modelo estipulado por la sociedad como bueno, convirtiendo los medios en fines y sustituyendo los valores altruístas por meras idolatraciones materialistas y hedonistas, esa persona ciertamente vivirá parte de su sueño, pero encerrado en una torre del castillo del ego, temiendo a las traiciones y saboreando la soledad.
Siempre existirán Jennas, Matts, Lucys y Richards, interactuando unos con otros para cuestionarse mutuamente desde sus opciones de vida. El punto es que cuando nos veamos al espejo podamos mantener la mirada fija y agradecer por ser quienes somos, enfrentar nuestros fallos y corregirlos. Así habrá valido la pena pasar de los 13 a los 30.